En los últimos años, la alimentación consciente ha ganado espacio en las conversaciones sobre bienestar. Lejos de ser una moda pasajera, se trata de una práctica que propone prestar atención a lo que comemos, cómo lo hacemos y en qué contexto. No se enfoca tanto en contar calorías o seguir reglas estrictas, sino en desarrollar una relación más equilibrada y respetuosa con la comida.
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Uno de los fundamentos de esta práctica es comer con plena atención. Muchas veces, las comidas se hacen frente a una pantalla o de manera apresurada, lo que lleva a ignorar señales del cuerpo como el hambre real o la saciedad. Comer sin distracciones permite disfrutar más del sabor de los alimentos, reconocer cuándo se ha comido lo suficiente y reducir la tendencia a comer por impulso.
Otro aspecto relevante es observar las emociones que acompañan a las comidas. El aburrimiento, el estrés o incluso la alegría pueden influir en lo que se elige comer. Identificar estos momentos y separar el acto de comer del intento de gestionar emociones puede ayudar a tomar decisiones más conscientes. Esto no implica eliminar ciertos alimentos, sino entender mejor los motivos detrás de su elección.